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´El Nuevo Jeremías reflexiona desde su condición de cristiano, sin aditamentos, seguidor de Jesús de Nazaret.

Tú cíñete por tanto los costados, levántate y diles todo lo que yo te ordenaré, no tiembles ante ellos, de lo contrario, te haré temblar ante ellos. Hoy te constituyo en fortaleza, en muro de bronce frente a todo el país, frente a los reyes de Judá y sus jefes, frente a sus sacerdotes y el pueblo del país. Combatirán contra ti, pero no te vencerán.
Jer. 1, 4-5, 17-18

domingo, 28 de noviembre de 2010

LOGOS Y PODER MATARON LA PRIMIGENIA EXPERIENCIA CRISTIANA. LA JERARQUÍA CATÓLICA ES LA HEREDERA DE ESE CRIMEN.


El cristianismo nació en el útero de la mentalidad oriental. Allí la religión era ante todo experiencia. Por eso el mensaje de Cristo se transmitió como una vivencia excepcional. En torno a ese misterio compartido brotaron las primeras comunidades en el ámbito judío. Luego el cristianismo tuvo que bregar en el mundo helenístico-romano y los vates del Logos quisieron racionalizar la experiencia. La razón es enemiga de la vivencia, es su taxidermista. Empeñados en racionalizar la primigenia experiencia religiosa los padres de la Iglesia y los teólogos se afanaron en explicar lo inexplicable, metiendo al misterio en el inextricable laberinto de los silogismos. Esto no hubiera sido grave de no ser porque la Iglesia devino aliada del poder del Imperio con Constantino (313 A.D) y ahí empezó el verdadero declive de aquella genuina experiencia nacida en Judea a partir del martirio de un profeta sacrificado por Roma a instancias del poder religioso hebreo. El nuevo imperio romano-cristiano empezó a aplicar todo su poderío contra aquellos que desafiaban las normas establecidas por los sabios racionalizadores del misterio. Los mártires eran ahora los disidentes de la ortodoxia “racional-cristiana” supervisada por las lanzas de las legiones. Sobre la tumba de aquel pobre pescador hebreo ajusticiado por el Imperio y enterrado en una fosa común se levantó en nombre del Emperador cristiano una basílica que impresionara a todos por sus magnitudes y riquezas. Era el comienzo de la gran impostura de unos sucesores de Pedro que han tomado el nombre (Pontifex Maximus), los hábitos y el gusto por el poder de los emperadores romanos. Luego vino la persecución de las herejías -válvulas de escape muchas veces del pueblo explotado y humillado-, la Inquisición, las alianzas con los poderosos y toda esa historia de ignominia que ha deparado la jerarquía eclesiástica desde su epicentro Vaticano.
¿Qué queda de esa primigenia experiencia evangélica? Ciertamente está viva en muchos cristianos comprometidos y honestos que han escrito las páginas auténticamente gloriosas de la genuina Iglesia (ekklesia = comunidad). Entre tanto los jerarcas siguen escudándose en sus galimatías teológicos –de espaldas a la ciencia- que justifican su estatus y su poder. El que osa cuestionarlo es un hereje y el peso de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (el nuevo disfraz del Santo Oficio) caerá sobre él. La Iglesia genuina solo resurgirá cuando los rebeldes rompan esta inercia, este secuestro perpetrado por la estrecha racionalidad escolástica y por el poder. Rebelémonos.