Como cristiano la condición divina de Cristo no es lo que más me preocupa, ni siquiera la existencia de Dios (espero que no lea esto el Santo Oficio). Porque la vertiente más fascinante del mensaje de Jesús de Nazaret es precisamente su potencial para otorgar sentido a la existencia del ser humano y del mundo donde se proyecta. El Evangelio es una oportuna, magnífica terapia, y en eso coincide con las enseñanzas de otros grandes profetas, como Buda o el Mahoma más inspirado. En el terreno, tan denostado por los espiritualistas, de la moral práctica o de la moral de situación (la Bestia de Ratzinger), lo que verdaderamente importa es ser feliz. La liberación de Cristo es eso, liberación en todas las dimensiones: la física, la mental, la política, la social, la espiritual. Su mensaje funciona con ese impulso liberador, y eso es lo que en verdad importa.
Como la jerarquía y los guardianes del orden responden normalmente a los intereses de los poderosos, tienen a poner el foco en disuasorios aspectos espiritualistas. No sea cosa que calibremos los resultados aquí y ahora, no vayamos a levantar las alfombras pietistas y salgan todas las miserias y explotaciones que bajo ella se esconden. Pero el test para distinguir a los verdaderos “replicantes” cristianos no es tan complicado como el de Blade Runner. Basta con comprobar si son felices, si transmiten una vitalidad contagioasa y liberadora. Si esa pupila de felicidad no se dilata son católicos o replicantes de esos grupúsculos que hace tiempo traicionaron el mensaje del nazareno.
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