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´El Nuevo Jeremías reflexiona desde su condición de cristiano, sin aditamentos, seguidor de Jesús de Nazaret.

Tú cíñete por tanto los costados, levántate y diles todo lo que yo te ordenaré, no tiembles ante ellos, de lo contrario, te haré temblar ante ellos. Hoy te constituyo en fortaleza, en muro de bronce frente a todo el país, frente a los reyes de Judá y sus jefes, frente a sus sacerdotes y el pueblo del país. Combatirán contra ti, pero no te vencerán.
Jer. 1, 4-5, 17-18

viernes, 25 de noviembre de 2011

UNA DERIVA TERRORÍFICA: DE NANNI MORETTI AL VALLE DE LOS CAÍDOS



Habemus Papam es un film muy revelador. El “progre” Moretti ha ido al fondo de la cuestión, más allá del tópico discurso anticlerical. La suya es una honda, incisiva reflexión de proyección universal sobre el poder. Tas la amable apariencia de comedia rebosante de humanidad, hay una descorazonadora vivisección de los mecanismos de poder en general y los del Vaticano en particular. La Iglesia Católica lleva más de dos milenios poniendo en escena esa potestas ritualizada, pero su teatro ha quedado obsoleto en el mundo actual, es mucho más auténtico el arte escénico de cualquier dramaturgo contemporáneo. Por eso el pontífice electo (magnífico Michel Piccoli) prefiere a Chéjov que a la pompa vaticana, por eso deja el balcón papal con un enorme vacío (la soledad del balcón del fondo) tras anunciarse la fumata bianca. Esa persona elegida por el Espíritu Santo para guiar la “Nave de Pedro” no encuentra sentido ya a esa singladura y hace mutis por el foro. Queda así en evidencia el sinsentido de toda esta parafernalia de un “poder sin poder” en un mundo donde la gente está a otra cosa, a la ardua tarea de sobrevivir acosados por los financieros, la crisis y todos los demonios coetáneos. El candidato papal se percata de ello en su descenso a los infiernos de la cotidianidad… El autor de lo cuenta sin acritud, con “buen rollo”, regodeándose incluso en los aspectos humanos La misa ha terminado del colegio cardenalicio… Ya sólo les queda a los purpurados jugar, pues los grandes discursos (como dijeran los pensadores posmodernos) han fenecido: el marxismo, el liberalismo (está dando sus bocanadas con esta crisis brutal), el psicoanálisis (impagable Moretti encarnando a ese charlatán freudiano) y, cómo no, la sagrada doctrina católica.
El mismo día que salía de ver este largometraje, me topo en los medios con la noticia de que la última decisión de qué hacer con el “muerto” del Valle de los caídos lo tiene la Iglesia Católica. Me sorprende comprobar cómo este monumento a la ignominia fascista, al asesinato en masa, a la explotación esclavista de los vencidos acabe en manos de una institución creada por Jesús de Nazaret, el más célebre perseguido y ajusticiado de la Historia. La Iglesia española se ve convertida de este modo en el “ama de llaves” de este horror, como espejo ensangrentado de una política de complacencia con Franco (el nacional-catolicismo). No hay mejor metáfora de ese horrendo matrimonio ventajista. Los juegos de poder llevan a lo real lacaniano, en su dimensión más terrorífica. Esto no es un juego, sino la participación, por acción u omisión, en un genocidio planificado por los fascistas desde la República (Paul Preston lo ha dejado claro en su magnífico estudio El holocausto español).


Habemus Papam (Nanni Moretti, 2011)

viernes, 11 de noviembre de 2011

NO HAGAMOS MÁS DAÑO A LA IGLESIA

Texto de José María Castillo extraído de Religión digital (11.12.2011)



San Pablo tenía una obsesión: vivir de tal manera que su conducta no fuera para nadie motivo de alejarse del Evangelio. Era ésta una obsesión que tenía un fundamento muy serio: Pablo sabía que todo lo que aleja del Evangelio, por eso mismo aleja también de la Iglesia. Y esto era, sin duda alguna, lo que más le dolía al apóstol Pablo.

Este razonamiento, tan sencillo y tan claro, es el argumento que Pablo utilizó siempre para justificar por qué, teniendo tanto que hacer, no renunció nunca a su trabajo, el oficio duro de fabricar tiendas de campaña, con el que se ganaba la vida.

Pablo sabía que la predicación del Evangelio y la organización de las comunidades (“iglesias”) le daba derecho a vivir de esa tarea en favor de los demás. Pero Pablo repite, una y otra vez, que él renunció libremente a ese derecho “para no crear obstáculo alguno al Evangelio” (1 Cor 9, 12; 1 Tes 2, 9; 2, 6-12; 4, 10 ss; 1 Cor 4, 12; 9, 4-18; 2 Cor 11, 7-12; 12, 13-18; Hech 20, 33-35; cf. Hech 18, 1-4). Por tanto, Pablo sabía que, a veces, vivir de la religión, le crea problemas a la religión. Por eso Pablo cortó por lo sano. Y, en consecuencia, vivió de su trabajo, como todo hijo de vecino.

La consecuencia, que se deduce de lo dicho, es clara: lo mejor que puede hacer la Iglesia, para tener credibilidad ante la gente, es renunciar a beneficios y privilegios económicos, a los que en otros tiempos tuvo derecho, para recuperar el crédito que ha perdido. Y, sobre todo, porque ahora mismo hay gente que pasa hambre y sufre necesidades apremiantes.

Es necesario - precisamente por amor a la Iglesia - recordar estas cosas en este momento. Los medios de comunicación acaban de difundir la decisión que ha tomado el Gobierno de Mario Monti en Italia. Se trata de la decisión según la cual la Iglesia queda exenta de pagar el Impuesto de Bienes Inmuebles (ICI). Y es importante saber que ese impuesto, en Italia, supone mucho dinero, cantidades asombrosas de dinero. Porque los bienes inmuebles de la Iglesia, en Italia, son muchos miles de edificios de todo tipo.

Sería estremecedor saber la cantidad total de posesiones que la Iglesia tiene en la atormentada Europa. Y sería más estremecedor aún poder precisar la cantidad de dinero que la Iglesia deja de pagar por los privilegios económicos y beneficios fiscales de los que disfruta en este continente en bancarrota. ¿Sabe mucha gente que la Iglesia española ha alcanzado con Zapatero más privilegios fiscales que tenía con Franco? Esto es tan cierto que, sobre este punto, se ha escrito - que yo sepa, por lo menos - una tesis doctoral bien documentada.

Así las cosas, la pregunta que tenemos que hacernos todos los que nos interesamos por el bien y la ejemplaridad de la Iglesia, quienes afirmamos que nos interesa y deseamos que haga el mayor bien que esté a su alcance, es una pregunta tan sencilla como fuerte: lo más ejemplar que la Iglesia podría hacer en Europa, en este momento, ¿no sería dar un decreto obligando a todas las diócesis e instituciones religiosas a renunciar a todos los privilegios económicos de los que gozan y de los que se aprovechan abundantemente?

Quiero decir: ¿no sería lo mejor, que la religión podría hacer en esta situación de crisis, ofrecer a los parados, a los sin techo, a los “nadies”, todo el dinero del que ella se beneficia a base de privilegios económicos que nadie más que la Iglesia tiene? Es verdad que la Iglesia, mediante CÁRITAS y tantas otras obras benéficas ayuda a miles de gentes necesitadas. Pero, ¿no es cierto que ayudaría indeciblemente más renunciando a todo el dinero que percibe por tantos otros capítulos que nada tienen que ver con la beneficencia?

                                                                      José María Castillo