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´El Nuevo Jeremías reflexiona desde su condición de cristiano, sin aditamentos, seguidor de Jesús de Nazaret.

Tú cíñete por tanto los costados, levántate y diles todo lo que yo te ordenaré, no tiembles ante ellos, de lo contrario, te haré temblar ante ellos. Hoy te constituyo en fortaleza, en muro de bronce frente a todo el país, frente a los reyes de Judá y sus jefes, frente a sus sacerdotes y el pueblo del país. Combatirán contra ti, pero no te vencerán.
Jer. 1, 4-5, 17-18

domingo, 27 de abril de 2014

POR SUS PALABRAS Y OBRAS LOS CONOCERÉIS (3): EL PAPA FRANCISCO ELEVA A LOS ALTARES A JUAN XXIII Y JUAN PABLO II

Francisco I ha propiciado que dos de sus antecesores recientes sean proclamados santos. La Iglesia Católica se ha reservado todos los derechos para elevar a los altares a quien considere. No vamos a entrar en lo procedente o improcedente de esta normativa ni en la polémica de si en ambos casos se cumplían los requisitos. No obstante, adivino que, detrás de esta elección heredada de Ratzinger, hay una voluntad política vaticana. Es una decisión salomónica que intenta contentar a los dos sectores principales de la Iglesia, el progresista (representado en el "Papa bueno") y el reaccionario -si tomamos el Vaticano II como referencia- encarnado en Juan Pablo II. Aunque no soy muy partidario de estos juegos de santidad, en mi opinión el pontífice impulsor del Concilio que cambió los aires de la iglesia era acreedor de esa condición virtuosa, también por su acreditado talante personal. Para los primeros cristianos santo significa "amigo de Dios" y el papa italiano lo era también de los hombres. No estoy en absoluto de acuerdo con el ascenso a los altares de Juan Pablo II, un pontífice con carisma, capacidad actoral y habilidades comunicativas pero que fue ante todo el muñidor de un giro hacia las posiciones ultraconservadores que le dictaba su mentor ideológico: Joseph Ratzinger. 

Hay muchas razones para dudar de la condición ejemplar del polaco. La primera que encubrió a los pederestas y protegió a Marciel Marcel, su compadreo con los dictadores como Pinochet (salió con él a saludar desde el Palacio de la Moneda) o Fidel Castro, su aliento a la Nueva Inquisición (Congregación para la Doctrina de la Fe) que condenó las disidencias y heterodoxias (siempre progresistas excepto en el caso del ultramontano cardenal Lefebvre), su ausencia de crítica a los poderosos más allá de retóricas proclamas (fue, de hecho, uno de los tres puntales de la aniquilación del comunismo, junto a Thatcher y Reagan, que propició el panimperio neoliberal). Estas actuaciones no solo ponen de manifiesto la condición no santificable de JP II, sino su escaso seguimiento de los principios más elementales del Evangelio e incluso, en algunos aspectos, de los Derechos Humanos. Si a ello añadimos su fomento de los institutos y congregaciones más reaccionarios, el intento de influir en los estados según un anticuado y cesaropapista concepto de Cristiandad, su sistemático ataque a los derechos sexuales y su inoportuna cruzada antipreservativos en una África carcomida por el SIDA... concluiremos que su larguísimo pontificado deja cuando menos un reguero de polémica en la Historia. 

A mi me toca muy especialmente la regencia juanpaulina porque a los pocos años de asumir la primacía de la iglesia yo decidí ser religioso y fui comprobando personalmente cómo se iba desmontando la iglesia progresista y abierta al mundo, en los seminarios, en las parroquias, en el tejido social. Desde que "Juan Pablo II te quiere todo el mundo"  llegó la institución que regía fue más clericalista, menos popular, menos evangélica. Ese es su legado, la herencia de un político al servicio de los poderosos. No del Evangelio. 

El papa argentino con esta decisión salomónica pone de manifiesto, una vez más, un modus operandi que intenta complacer a tirios y troyanos; como ya ocurriera con el apoyo a la candidatura de Blázquez para dirigir la Conferencia Episcopal Española, presentado como "progresista" cuando su trayectoria demuestra que ha sido el calculado contrapunto del ultramontano Rouco Varela. Este calculado posibilismo corre el riesgo de dejar solo en el terreno de la retórica las verdaderas aspiraciones de cambio que las palabras de Francisco ha levantado en los cristianos, siguiendo precisamente la estela del "Papa Bueno" que ahora canoniza. Por sus hechos los conoceréis.